Milagritos

En México, prevalece la tradición, que viene del siglo XIX, de "colgar milagritos" en las iglesias. Pequeños brazos, piernas, corazones y ojos de latón forman un retablo prodigioso en el altar escogido, como si apos-táramos por la fuerza suprema para abandonar nues-tro "cuidado, entre las azucenas olvidado". En función del milagro, fragmentamos el cuerpo ("me fragmento como toda moderna", diría la poeta Zyanya Mariana), y convertimos esa práctica religiosa en una forma ar-tística compleja y moderna, a la vez vanguardista y barroca. Como un archipiélago, los milagritos van invaden el retablo, pero no se tocan. Poco a poco van forman-do ese grupo de islas que finalmente plasman al ser humano, en toda la extensión de su dolor y su espe-ranza. Como sucede con las películas de Bergman o los cuentos de Tchéjov en los que cada uno, cada isla, pinta una característica humana y la totalidad, el ar-chipiélago, estructura a la humanidad completa, los milagritos contienen una historia no dicha, sólo tra-zada, esbozada, en la que se plasma un ser humano. Todos ellos parecen hablar de una comunidad que nos canta sus preocupaciones, sus dolores y la bús-queda de sus placeres ("Sólo el dolor y el placer hacen avanzar a la humanidad", diría Nietzsche), sus miedos y la posibilidad de juntarnos a partir de una idea que nos une, nos religa y nos hace creer.